Nota publicada en el diario El Cordillerano el 30-04-23
Parece que la discusión (demodé) por la autorización de los servicios de aplicativos ha regresado. Es anacrónica la oposición que hacen los taxistas y remiseros, queriendo mantener un status quo que ya no existe en el mundo; pero también es anacrónico que el Estado se sienta con poder de autorizar este tipo de servicios.
En esta discusión parece que lo que quieren los trabajadores de taxis es tapar el sol con las manos. Mientras ellos quieren defender sus fuentes de trabajo prohibiendo los servicios de aplicativos, el sistema de transporte de pasajeros se está realizando sin conductores, en varias ciudades del mundo. Esto que comento no es un futuro ficticio, sino el presente real. Entonces, lo verdadera discusión pasa por saber cuánto tiempo más vamos a prolongar la agonía de fuentes de trabajo que difícilmente sobrevivan.
Entiendo perfectamente a los trabajadores que temen y defienden sus fuentes de trabajo. Lo que es incomprensible es la falta de reflejo de los políticos para acomodar la realidad de los ciudadanos al progreso, y en esa bolsa meto también a los sindicalistas. Cuando hablo de progreso no solo pienso en la irrupción de tecnologías, sino en lo más básico como mejora de accesos, planificación urbanística y previsión del crecimiento del parque automotor.
Parado sobre las bases de que el transporte público de pasajeros es un servicio público, debo reconocer que el servicio de taxis está regulado en demasía, y que el servicio de aplicativos debe cumplir con ciertas exigencias mínimas. De ello puedo concluir que el verdadero enemigo de los taxis no es Uber, sino el propio Estado con un modelo de negocios monopólico incapaz de competir con los servicios de aplicativos.
En el presente siglo, el cual ya está entrado en años, manejar una empresa sin datos es querer que los taxistas conduzcan sus vehículos con los ojos vendados. Los taxistas no pueden escapar de eso para tornar sus negocios competitivos. Easy Taxi, Taxibeat o 99 son algunos de los aplicativos para taxis que existen en el mercado, y en la Ciudad de Buenos Aires está el creado por el propio gobierno, BA Taxi. Entonces el problema contra Uber no pareciera ser la tecnología, sino mantener el monopolio y evitar la competencia.
El problema es que la competencia es una consecuencia natural del mercado. Uber no fue un accidente, sino la consecuencia de un pasajero disconforme con el servicio de taxis. Y todas las personas del mundo que usan el servicio de aplicativo lo hacen porque lo prefieren al servicio de taxis. Podemos reafirmar entonces la idea que el enemigo no es Uber, sino el propio estado que monopoliza y controla en demasía el servicio de taxis, tornándolos poco competitivos.
Para no continuar dando rodeos sobre lo mismo, creo que las discusiones son útiles, y se deben aprovechar pero para que el Estado libere lo suficiente el servicio de taxis; y regule mínimamente los servicios de aplicativos, reduciendo así las brechas entre uno y el otro. Creo que el equilibrio es posible, y en muchísimas ciudades del mundo funciona así, compitiendo perfectamente todos los sistemas.