Nota publicada en el Suplemento Aniversario 2021 del diario Comercio y Justicia.
Podría comenzar este artículo haciendo un racconto de las leyes que precisaría un ecosistema tecnológico saludable y sustentable y que los legisladores nos están adeudando.
Podría comenzar este artículo haciendo un
reconto de las leyes que precisaría un ecosistema tecnológico saludable y
sustentable que los legisladores nos están adeudando.
También
podría comenzar hablando de la reforma penal necesaria para que los jueces tengan
las herramientas suficientes para condenar nuevos delitos informáticos. Nos
quedamos con el dato que durante la pandemia los ciberdelitos aumentaron un
300%.
Sabemos
que existe un atraso importante en legislar cuestiones tecnológicas que se
están reclamando desde hace años. Como siempre sucedió en este país, lo urgente
le quita relevancia a lo importante. Por ejemplo, el pasado 23 de septiembre se
aprobó en el Honorable Congreso de la Nación Argentina un proyecto de ley
que instituye el 22 de noviembre de cada año como "Día Nacional del
Kimchi en la Argentina".
Pero
al margen de las leyes que son necesarias, muchas cuestiones pueden resolverse
y atacarse desde lo educativo. Independientemente de las normas, las personas
pueden cambiar las cosas, podrían mejorar mucho la realidad si recibieran la
educación correspondiente sobre temas tecnológicos de uso cotidiano. No se
trata de saber programar, de entender de hardware, simplemente de mostrarles
los peligros que existen y como evitarlos.
Tampoco
debe recaer la carga de la educación sobre estos temas en el Estado, aunque
sería esperable. Desde la familia podemos comenzar a cambiar las cosas. No
precisamos ser expertos, ni educadores, ni tecnólogos para enseñar a nuestros
hijos cuestiones mínimas pero de un peso significativo para cambiar y evitar situaciones
graves.
Para
comenzar debemos entender que no existe ninguna obligación ni imposición social
para que los niños desde muy temprana edad tengan contacto con aparatos
tecnológicos. Eso es falso. No los estamos perjudicando ni atrasando en su
desarrollo. Por el contrario, existen estudios que relacionan el uso de la
tecnología a temprana edad con atrasos en el desarrollo del habla, con miopía,
impulsividad e impaciencia. Entonces, ahí tenemos un dato real que los niños
menores de 4 años no deberían tener contacto con las pantallas.
En
segundo lugar, sabemos también que el exceso del uso de las tecnologías puede
disminuir gravemente la imaginación y creatividad de los niños, y afecta su sociabilidad.
En conclusión, no es bueno que los niños menos de 7 años tengan un uso excesivo
de las tecnologías. ¿Qué sería uso excesivo? La Asociación
Americana de Pediatría (APP) en 2018 expresó que los bebés de
hasta 18 meses no pueden estar expuestos a las pantallas. De los 2 a los 5 años
se tiene que limitar el uso de los medios entre media y una hora al día. Desde
los 5 a los 12 años pueden estar entre una hora u hora y media al día. Desde el
mismo momento que como padres les damos acceso a las pantallas debemos
supervisar que contenidos ven. El televisor actual es YouTube -plataformas de
videos- y no existe nadie que controle los contenidos que se postean.
Cuando
hablamos de adolescentes o preadolescentes los peligros son otros, aparece la
posibilidad o incentiva al menor a gastar dinero en Internet, el acceso a
contenidos no apropiados para menores, el cyberbullying,
el gooming, el sexting,
la adicción a
internet.
Ahora bien, así como debemos
mostrarles a los chicos los peligros y las cosas malas de las tecnologías y su
abuso, debemos educar sobre los beneficios. Porque en el fondo lo que buscamos
es educar en el uso responsable de las tecnologías, y ello implica que así como
ver cierto contenido en youtube puede idiotizarlos no perdamos de vista que las
tecnologías nos permiten estar conectados y nos acercan información, cultura y
educación.
Hay mucho para enseñar sobre el uso
responsable de las tecnologías, y sería fantástico que sean las escuelas que se
dediquen a ello. Hay varios proyectos de ley al respecto. Pero no podemos
perder de vista que la familia, y los padres son los principales responsables
del bienestar de los hijos. En esta sociedad de falsos ídolos, de personajes nefastos
que se replican en todas las pantallas los padres deben asumir el rol que
naturalmente les pertenece: “sean el ejemplo de sus hijos”.